…Politizamos la maternidad desde el mejor lugar: sin dejar de ser madres ni renegar de lavar platos. Porque ésa es la historia. Yo he llegado a universidades como en Alemania, donde querían sacar la palabra “madre” del diccionario. Y después de la conferencia de una hora y media, con los ojos así abiertos, se dieron cuenta que era un disparate lo que iban a hacer. Nosotros socializamos la maternidad en un momento político muy, muy duro, donde éramos acusadas de madres de terroristas y de madres terroristas. Y ante esa acusación tan fuerte, todas las madres tenían mucho miedo. Entonces, venía un periodista y le preguntaba, y decía: “Mi hijo no hizo nada”, “Se lo llevaron por el amigo”, “Se lo llevaron por la mujer”, “Se lo llevaron por el primo”. Y entonces empezamos un día, nos reunimos y charlamos mucho con otras compañeras, y dijimos que lo que teníamos que hacer era socializar la maternidad y hacernos madres de todos. Entonces, ninguna madre iba a poder decir: “Mi hijo no hizo nada”. Madres de los guerrilleros, madres de los revolucionarios, madres de la noche de los lápices, de los palotinos, de los alfabetizadores, de los maestros, de todos. Sacamos el nombre del hijo del pañuelo y no llevamos más la foto con el nombre. Todos pasos, con el tiempo, que la madre necesitó. Para que cuando a la madre le vengan a preguntar, diga: “Sí, ¡somos madres de 30 mil!«
Hebe de Bonafini.

Hay registros, varias fotos de un acto que AIDA (Association Internationale de défense des artistes victimes de la répression dans le monde) organizó en Zurich en 1980 por los artistas argentinos desaparecidos. En el mismo, los participantes llevaban máscaras blancas. Varios años más tarde, en 1985, las máscaras blancas las portaron los manifestantes de una marcha en favor de las Madres de Plaza de Mayo. En esa marcha, las únicas que iban sin máscaras eran las madres y cuando su presidenta, Hebe de Bonafini, tomó la palabra se dirigió a los enmascarados y les dijo «ustedes son nuestros hijos». Eso era y seguirá siendo Hebe.
Con Hebe se va un pedazo de la trama militante nacional, porque su muerte es de esas referencias que actúan como una marca del tiempo.
Y se repite en muchos ese sentimiento de orfandad, una orfandad que interpela, interroga una y otra vez, y nos deja pensando si podremos mantener tan enorme altura. Y es en ese momento de fragilidad cuando aparece Hebe, con su militancia ante la adversidad total, y nos muestra que lo único malo es dejar de intentarlo. Y así es imposible no sentir el deber de defender su memoria, que es defender la lucha de todas las que, como ella, salieron a reclamar por la vida, frente al horror en estado puro, cuando la receta era encerrarse, salió a la calle y a partir de ese momento olvidó su propia vida y se dedicó a cumplir su tarea militante con lucidez e intensidad. Y lo hizo como era ella, como la agitadora más irreverente, a quien nadie pudo callar, tal vez lo hizo con su intuición y con la única manera que encontró para enseñarnos a respirar en medio de la asfixia.
Siempre rechazó la postura respecto a que sus seres queridos fueran meramente víctimas del terrorismo de Estado, reivindicó la militancia y la lucha de sus 30.000 hijas e hijos detenidos desaparecidos. Se opuso tanto a posturas victimizantes y a lecturas apolíticas, combatió la nada inocente teoría de los dos demonios y tuvo enormes diferencias con los impulsores de la Conadep.
Por eso vamos a defender su memoria cada vez que reaparezcan voces negacionistas, lo vamos a hacer por cada Madre que no pudo enterrar a su hija o hijo.
Por cada compañero y compañera que arrojaron al mar en los vuelos de la muerte.
Por los huesos que jamás van a descansar hasta que no se los entreguemos a sus familias.
Por cada nieto o nieta que falta recuperar.
Porque los genocidas se están muriendo, pero el instinto criminal lo sostienen, nunca se han arrepentido, se están muriendo y no hablan.
Porque muchos aún no fueron juzgados y gozan de prisión domiciliaria pese a que el único lugar para un genocida es la cárcel.
Hebe seguirá viva por siempre y con ella todas las madres, las que estuvieron siempre y también las que no pudieron. Y junto a ella vivirá la memoria ardiente de los sueños revolucionarios de nuestrxs compañerxs desaparecidxs.
Silvana Gerlo
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