EL COLECTIVO SOCIAL… Y LA ISLITA DE LOS NIÑOS…

El colectivo social por antonomasia es… el colectivo.

Creado en 1928 por iniciativa de un grupo de tacheros –que intentaron hacerse eco de las dificultades económicas que sufría la población al momento de utilizar el trasporte privado– es entre otros inventos argentinos el más trascendente y renombrado orgullo. Es, también, el resultado industrial más auténtico a la hora de considerar nuestra tan noble y prestigiosa inventiva… sin desmerecer a la birome que tantos pupitres a engalanado; el bypass coronario, el dulce de leche que es la delicia pampeana de exportación por excelencia –exceptuando la soja… se conoce– y la picana. Sabías que la picana la incorporó al servicio policial el hijo de Leopoldo Lugones y que su propia nieta fue torturada y muerta por este inquietante, oscuro, retorcido y siniestro elemento… me refiero a la picana?.

Hasta ahí mis vagabundeos inútiles por Wikipedia.

Yo recuerdo al colectivo rojo pasando por Goyita, por mi barrio, sus regularidades sorprendentes en un tiempo preciso y ferroviario… con las destartaladas pretensiones de un camión de batalla en este caso… rojo. Mucha cuerina mucho espejo al pedo, dado gigante, alfombra, boleteros… radio MON, conductores que fumaban… elásticos partidos. Siempre llenos de obreros, manzaneras… caras largas y pobres y estudiantes. Antes de que la moto haga lo suyo. Que el precio de la sube haga otro tanto… cuando para viajar, cuando eran muchos, y abaratando costos nuestras madres nos ponían delantal… aun en feriado premiando la indulgencia de los motormans. Recuerdo haber viajado algún domingo hasta Florencio Sánchez en guardapolvos. O tomar tempranito el colectivo, en dirección al parque… el veintiuno de septiembre para festejar el día de la primavera.

No éramos estudiantes o algo menos. Tal vez sí. Quien lo sabe no importaba en lo absoluto. Cargados de botellas diminutas y un mazo de hamburguesas comenzábamos la heroica peripecia, la aventura de encontrar un espacio entre los árboles… los ombúes –que hoy se sabe no son árboles– usurpar parrilleros, juntar ramas, desenfundar guitarras con cautela, estudiar amenazas, la estrategia de jugar un picado y no ensuciarse porque con suerte las bandas empezaban a la tarde –Claudio Paz, Lamparita, Andrés el colo, Navarrito, Peralta, Testa, Gomez, Turry, Lucero, Selva, Nacivera, y tantos monigotes… mamadera–  y desde todos lados amanecían contingentes de jóvenes hermosas por Jauretche, Perón, Lavalle, el terraplén… que entonces no importaba demasiado ni era esa pasarela narcisista que hoy conmueve al atleta y al geronte.

La hazaña en realidad era quedarse en las inmediaciones del complejo después de terminado el otro evento masivo, aristocrático en Spectra,,, elecciones de reinas … y princesas; desde todos los barrios y el partido… rodeadas por un séquito de beodos, chupamedias, amigas envidiosas que se abrazan, que lloran; conjurados… tristes representantes ambiciosos… la gleba que festeja la indulgencia de un régimen monárquico que supo procesar, entre otros tantos mecanismos didáctico-ideológicos: Walt Disney.

Solo faltaba Wanda y Vargas Llosa.

La hazaña era pagar esa epopeya y hasta hubieron osados trashumantes que enterraban sus viandas sus brebajes, para después… seguros de su presa comenzar las jactancias belicosas… y eran un desparpajo al mediodía cuando el humo y la música implacable nos juntaba en un caldo delicioso de Le Mans, Angel Face, sangre de avispa mientras la multitud se acomodaba cansada de vagar por la avenida, de exagerar los modos, la alegría, la pose, el recoleto, la belleza de una estación que apenas comenzaba a superar los costos del invierno.

Desde toda esta patria agropecuaria rodaban sin cesar los colectivos espectando las jóvenes hormonas de mi generación posdemocrática. Como enormes ballenas rojas, blancas, azules, empachadas de mate y de morrales; castigando las chapas, las barrigas, los barómetros entre estos edificios melancólicos… como enormes ballenas desquiciadas salpicando las calles de monóxido, de música de amor irreverente… de Tanguito Feroz… mientras el capitán de otros imperios, mientras Melville y su capitán Ahab –una imagen parsi del maniqueísmo cuáquero– estudiaba los modos, los arpones, las rejas, los barrotes, los candados que hoy circundan los parques y las plazas, las ventanas, escuelas, monumentos de esta mi queridísima ciudad de Pergamino.

Esa vez, esa vez premonitoria. Esa vez que inaugura entre otras cosas… el ostracismo; no había modo de andar entre la gente si no era entre empujones. Tantos éramos.

Cruzar el charco a la isla de los niños.

Una islita de unos seiscientos metros rodeada de barquitos-bicicleta con un par de escaleras, sube y bajas, hamacas y un espléndido escenario para hacerse notar… unido al parque por un puente encorvado de madera y fierro. Hasta que este cedió por los millones y millones de jóvenes que dicen haber estado encima. Y yo les creo.

Yo estaba de la mano con mi hermano Nahuel, el más chiquito. Por qué en casa, porque en mi barrio, los más granes cuidamos a los más chicos. Al trueno de los hierros retorcidos, de las vencidas tablas, los remaches, las inútiles líneas de alumbrado, los brazos de hormigón, las dos barandas y el montón de cristianos impertérritos le sucedió el estruendo contra el agua, el empujón, las caras, zapatillas, manubrios, termos, brazos que intentaban erguirse en un sinfín de exclamaciones y grito y barro y llanto de los niños… de los más chiquititos de la mano… tratando de llegar hasta la islita, la islita de los niños asustados que hubieron que esperar del otro lado para que los barquitos los devuelvan.

¿No hubo que lamentar víctimas? Qué se yo.

Hoy tamaña imprudencia se resuelve con la civilidad inteligente de nuestro municipio y el espacio, la islita de los niños se conserva –como espacio ecológico– para entre otras especies más discretas, asistir los cuidados y placeres de una muy prospera familia de gansos.

Después “pasaron cosas…” quién lo sabe. La inundación, algún acuchillado… nos fuimos alejando de a poquito.

Yo recuerdo esa tarde de septiembre donde en la punta oscura del circuito, en las duchas partidas por el tiempo y el abandono mientras la luz colgaba ente eucaliptos y algo empezaba a hundirse en el oriente, tome su cuerpo fresco entre mis brazos, mientras virgen mi cuerpo acariciaba sus manos, sus pezones, sus cabellos bailando en el desquicio de los pájaros y el secreto silencio de la duda nuestra pequeña escena de tanguito… Por que el amor… creíamos… soñábamos… por que el amor es más fuerte.

Hoy… el consejo municipal, desoyendo los reclamos insistentes de la comunidad acaba de otorgar por seis años la concesión de micros de corta distancia a la empresa que, desde hace un par de lustros… desde que ya no están mis colectivos…  tiene el privilegio y la responsabilidad de servir al trasporte público de pasajeros de nuestra queridísima ciudad de Pergamino…

En cambio, yo me acuerdo de estas cosas… estas pavadas. Del colectivo rojo, de mi vieja sentada a mi costado esperando el semáforo en Saavedra y Rocha

-Mama… los reyes son los padres?

-Hay, pero Sebastián… no seas pelotudo… por supuesto…

Yo apenas tenía doce años.

Pasa, después lo supe, que cuando sos Kirchnerista, hay algunas frivolidades que no te bancas.

SOÑAR EN COLORES ES MUY FRECUENTE. Su presencia en los sueños de una persona significa la fuerza de sus sentimientos y su vitalidad…WIKI WIKI…

Hoy seguro la cosa no es lo mismo. Y no me caben dudas que esos chicos que alguna vez tomamos de la mano… son mejores.

Cuando miro las vallas que circundan el parque desde el nuevo colectivo… más chiquito… seguro, más chiquito… pienso en los que  no están… los que quedaron… en los que como Barrie, como tantos viajan regularmente al mundo mágico… a la tierra de nunca jamás… a la islita de los niños… sin miedo a los corsarios, a los piratas… al agua… al barro… al uno con el otro. Pienso en los pos pandemia aun asustados negociando otra guerra preventiva; pienso en el negro, el gris, el blanco, el sepia en la nostálgica e intelectual aurora de los superviviente; en la otredad… que fue nuestra bandera… y para muchos hoy es la amenaza. Y te agarra un poquito de miedo… porque… aunque el amor es más fuerte… a veces parece… que ganan los malos.

Pienso esto mientras cruzo la rotonda del parque –que simula a dos manos que se estrechan– seguramente, hacia alguna terminal… hacia otros puertos.  Los árboles gigantes –que son árboles– me saludan de nuevo entre cotorras y alguno que se anima a la rateada. Voy por la avenida Perón hacia Jauretche… el gran Arturo Jauretche que unos siglos atrás garabateaba “Nos quieren tristes para que nos sintamos derrotados”.

Sebastián Bernal
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