DESDE PARIS A NUESTRAS PAMPAS…

Hoy que la hora oficial es digital y a través de internet llega automáticamente a tu celular, tu compu, la pantalla de TV y también al instrumental de tu moto o de tu auto, se puede decir que no sabe en qué hora vive, solo aquel que no lo quiere saber. Pero no siempre fue así, pibe, por eso te avivo de estas cosas, para que puedas aprender un poquito de cómo eran aquellos lejanos días en la adolescencia de tu bisabuelo.

Actualmente la industria convierte de inmediato a cualquier invento en un objeto de consumo masivo, pero hasta hace algunas décadas los diferentes dispositivos que se creaban tardaban mucho en llegar al común de la gente. Sucedía esto con los relojes, razón por la cual cobraban mucha importancia los grandes medidores del tiempo que se podían ver en los campanarios de los templos, en el frente de edificios públicos, o en las estaciones ferroviarias. Aquí en Pergamino, además de los relojes de las iglesias Merced y San Roque, en calle San Nicolás estaba el que se veía sobresalir en lo alto de la joyería Paris, y había otro en la ochava de Alsina y Alem, es decir al frente de la joyería y relojería Tallone, edificación ésta ya pronta a demolerse. Cuando solo unos pocos contaban con reloj pulsera, o reloj de bolsillo, otros de los sitios muy frecuentados para ir a espiar la hora, eran las estaciones del Ferrocarril Mitre y el Ferrocarril Belgrano. Te cuento pibe que éste último, al que también se le decía “el trocha”, originalmente se llamó Compañía General de Ferrocarriles en la Provincia de Bs As, y fue construido por los franceses, de modo que del país galo se trajo casi todo su equipamiento. Por esa razón en cada oficina del jefe había un hermoso reloj de péndulo como el que ves en la foto, al que conservamos en el Ferromuseo de la Asociación de Preservación Ferroviaria. Tiene más de un siglo y fue fabricado en París por la firma Paul Garnier, importante proveedor de relojes para los ferrocarriles de Francia, Rumania y Argentina. Eran doble faz, es decir, en el interior de la oficina estaba la gran caja de roble que contenía el mecanismo y la esfera que podés apreciar, y a través de un orificio en la pared, mediante un eje cardan también le transmitía movimiento a las agujas de la esfera que los viajeros y el público veían desde el lado del andén. La cuerda le duraba tres semanas, y a este logramos hacerlo funcionar, aunque lamentablemente eso la gente no lo pueda apreciar, ya que luego de las obras municipales en el antiguo galpón de máquinas, nuestro Ferromuseo debió cerrarse por haber quedado sin el espacio necesario para exhibir todo el asombroso contenido que fuimos logrando restaurar en veintisiete años de paciente labor.

Hacer un museo tiene sus ingratitudes, y de eso bien se encargan los políticos, sin embargo, esta tarea es también muy gratificante porque nos permite conocer algo más sobre el ayer de nuestra querida ciudad y el país. Viene a ser algo así como emprender un viaje generacional a través del tiempo. Apasionante viaje al que estás invitado a sumarte cuando vos quieras, pibe…

Eduardo Vázquez
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