APUNTES INNECESARIOS

ABURRICIONES.

En Anticonferencias, Isidoro Blaisten escribe un eslogan con el que sentencia al Inca Garcilaso: «Nunca nadie aburrió tanto con tan poco».

En esa primera parte del libro, titulada «Aburrimiento y literatura», Blaisten habla sobre clases de literatura y profesoras/es, escritoras y escritores, críticas y críticos literarios.

«Tedio trágico», «aburrimiento zumbón», «a esencia igualitaria del tedio», «la profunda vocación democrática del aburrimiento», «aburridos conservadores», «aburridos de vanguardia», «aburridos del tedio-centro», «el tedio como género literario»: ideas que abundan en un libro de lo más entretenido.

Hay gentes, al parecer estudiosas, que afirman cosas dispares sobre el aburrimiento. Para algunas el aburrimiento puede promover la creatividad, incluso aseguran muy sueltas de cuerpo que es necesario que les niñes se aburran, mientras otres catalogan al aburrimiento como una enfermedad y qué sé yo.

He oído a personas decir lo más campantes, henchidas de satisfacción, que desconocen el aburrimiento, que nunca se aburren. Claro que no se quedan conversando sobre esta cuestión y escapan sin dar lugar a una simple pregunta al respecto.

Yo sí que me aburro de tanto en tanto. Una vez, de tan aburrido que estaba, me puse a leer una novela de un escritor argentino fervientemente recomendado por sus colegas. La novela en cuestión tenía una prosa exquisita, y eso saltaba a la vista. Sin embargo, de tan aburrido que estaba, le contagié mi aburrimiento al libro, a los personajes, al autor y a su prosa exquisita.

TEÓRICO-PRÁCTICO

En una de sus columnas semanales en «El diario.ar», el escritor Fabián Casas dice: «Cuando alguien te enseña cómo cocinar un plato, tal vez te esté enseñando otra cosa».

La frase queda orbitando en mi cabeza. Posiblemente toda buena enseñanza sobre algo en particular trascienda esa particularidad y, mediante líneas de fuga, asociaciones e intertextualidades varias, el aprendizaje consista en irse por las ramas, incluso en agarrar por el afortunado, e injustamente desacreditado, rumbo de los tomates.

Dicho esto, me viene a la mente el chiquilín Daniel LaRusso, aprendiz de karateca, al que el señor Miyagi le hace lavar autos, lijar el piso y pintar la cerca. Una vez en el dojo, les espectadores, junto al mismísimo aprendiz, nos avivamos de que los movimientos que usó para limpiar, lijar y pintar son las maniobras básicas de bloqueo que Miyagi le ha estado enseñando en todo momento. Claro que, además de karate, le ha inculcado otra cosa.

Hace muchos años, me tocó hacer una changa. Debía quitar la pintura del portón de un taller mecánico. Estuve días dándole con la espátula a viles capas de pintura que se resistían a abandonar el metal. Apenas si en esas trabajosas jornadas pude despintar una mínima porción del portón. Todo ese esfuerzo, casi en vano, me valió una enseñanza, adquirí un aprendizaje…. ¿paciencia, tenacidad, el valor del esfuerzo, movimientos efectivos para bloquear el ataque de un karateca? Nada de eso. El modesto aprendizaje consistió en darme cuenta de que estaba perdiendo el tiempo. No en el sentido de “carpe diem”, sino en la lógica de que necesitaba imperiosamente usar un removedor de pintura.

FUNESTA INMORTALIDAD

Durante una entrevista con Eduardo Aliverti, Abelardo Castillo soltó el siguiente pensamiento: «En algún sentido, es mejor ser el peor cuentista vivo que el mejor cuentista muerto».

Me pregunto cuál es ese sentido para Castillo. No pareciera referirse al sentido literario, o sí, andá a saber.

En este punto, no debiéramos pasar por alto la siguiente cuestión, que no sé si tuvo en cuenta el genial escritor: Por cierta mala costumbre que tiene la gente de morirse (Abelardo Castillo incluido), en algún momento todo «peor cuentista» que se jacte de estar vivo, se transformará en «el peor cuentista muerto». A no ser que, por algún prodigio de la ciencia o por algún milagro, se hubiera vuelto inmortal o, incluso, algo aún más sorprendente, un buen cuentista.

Y he aquí «el horror, el horror» de todo Jorge Luis Borges: ser inmortal y mal cuentista.

Miguel Fanchovich
Biografía + Publicaciones